Tal vez la pregunta clave no es por
qué me hice, sino por qué sigo siendo profesora. Pero
comprendo que eso es de otro cuento… ya llegará su tiempo.
Guardo un curioso recuerdo infantil: en
aquella clase de 3º de EGB del Colegio Público Cristóbal Colón de Valladolid,
cuarenta y cinco niñas respondíamos a la dichosa cuestión ¿qué quieres ser de mayor?,
esta vez planteada por nuestra tutora. Resultado de la encuesta: una peluquera,
una puericultora, cuarenta y tres maestras. Yo formaba parte de la masa.
Demasiado bien, que no salió ningún “Sus Labores”, profesión de casi todas las
madres allí representadas. Pero, en fin, que uno habla de lo que conoce, y a
los ocho años uno no tenía mucho mundo (gracias a Dios).
Luego pensé poco en ello, aunque cuanto más
crecía, mejor se me daba entenderme con los pequeños que me rodeaban (el
primero y más importante, mi hermano, autor de esta convocatoria). En realidad
me tentaba el Periodismo y la Psicología en mayor medida que la Docencia, pero
la geografía universitaria se impuso y tuve que elegir una Carrera que pudiera
estudiar en Valladolid.
Así llegué a la Escuela Universitaria de
Magisterio, a la que siempre estaré agradecida, porque me permitió seguir
“tocando los dos palillos” que en ese momento más me interesaban (la Lengua
Española y la Francesa) sin dejar de descubrir mundos nuevos (Psicología,
Pedagogía, Música…). Y es que con dieciocho años me parecía un empobrecimiento
la especialización de las Facultades.
Después llegó el momento de “pasar de las
musas al teatro”, y aquella jovencita a la que se le daban tan bien los niños,
se vio aprobando unas oposiciones al Cuerpo de Profesores de EGB en
Instituciones Penitenciarias. Pero eso también es de otro cuento…
Mª Paz Francisco Carrera
Maestra de Educación Primaria.
Todos hemos escuchado alguna vez la pregunta
“¿Qué quieres ser de mayor?”. Y siempre surgían respuestas divertidas,
ingenuas, absurdas o aparentemente irrealizables. Generalmente, esa respuesta
no estaba basada en una profunda reflexión, sino en la idealización del mundo
de los adultos o en la intención de emular a alguna persona más o menos cercana.
Y todos (creo yo) hemos pasado por distintas
etapas a lo largo de nuestra niñez-adolescencia. Hemos querido ser cosas de lo
más dispares: bombero, actor, futbolista, torero, cantante, maquinista de
trenes… Algunos incluso hemos llegado a decir que, de mayores, queríamos ser
maestros.
Pero lo que aquí interesa es el porqué de tal
decisión.
Yo creo que tuvieron cierta influencia los
familiares que ejercían el magisterio en esos momentos y los que lo habían
ejercido hacía años o habían tenido la intención de desempeñar esa tarea,
aunque por avatares de la vida no tuvieron la oportunidad de llevarla a cabo.
También pudo influir que mi hermano mayor ya tuviera esa expectativa. De
cualquier forma, en mi inmadura cabeza parecía que podía ser una tarea
agradable la de pasar la jornada con niños y guiarlos hacia los aprendizajes
cotidianos. Esa idea fue haciéndose cada vez más sólida a medida que iba
creciendo.
Y así llegué al final de mi etapa en el
instituto. Tras COU, hice el examen de ingreso para Magisterio sin plantearme
siquiera presentarme a la selectividad. Y de esto hace ya más de veinte años,
durante los cuales he aprendido que enseñar es recíproco, es un intercambio de
experiencias que enriquecen al docente y al discente, siempre que seamos un
poco permeables y estemos abiertos a lo que la espontaneidad infantil puede
aportar. Y es que la interpretación del mundo que hacen los niños no coincide
con la de los adultos (¡menos mal!). Pero los maestros tenemos la maravillosa
posibilidad de seguir contando con esa fantástica óptica infantil que nunca
deberíamos perder. En todo adulto debería quedar al menos un trocito de lo que
fue su infancia.
Javier García Santos.
Maestro en Educación Primaria.
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