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domingo, 15 de abril de 2012

¿POR QUÉ ME HICE PROFESOR? 4


Tal vez la pregunta clave no es por qué me hice, sino por qué sigo siendo profesora. Pero comprendo que eso es de otro cuento… ya llegará su tiempo.

Guardo un curioso recuerdo infantil: en aquella clase de 3º de EGB del Colegio Público Cristóbal Colón de Valladolid, cuarenta y cinco niñas respondíamos a la dichosa cuestión ¿qué quieres ser de mayor?, esta vez planteada por nuestra tutora. Resultado de la encuesta: una peluquera, una puericultora, cuarenta y tres maestras. Yo formaba parte de la masa. Demasiado bien, que no salió ningún “Sus Labores”, profesión de casi todas las madres allí representadas. Pero, en fin, que uno habla de lo que conoce, y a los ocho años uno no tenía mucho mundo (gracias a Dios).

Luego pensé poco en ello, aunque cuanto más crecía, mejor se me daba entenderme con los pequeños que me rodeaban (el primero y más importante, mi hermano, autor de esta convocatoria). En realidad me tentaba el Periodismo y la Psicología en mayor medida que la Docencia, pero la geografía universitaria se impuso y tuve que elegir una Carrera que pudiera estudiar en Valladolid.

Así llegué a la Escuela Universitaria de Magisterio, a la que siempre estaré agradecida, porque me permitió seguir “tocando los dos palillos” que en ese momento más me interesaban (la Lengua Española y la Francesa) sin dejar de descubrir mundos nuevos (Psicología, Pedagogía, Música…). Y es que con dieciocho años me parecía un empobrecimiento la especialización de las Facultades.

Después llegó el momento de “pasar de las musas al teatro”, y aquella jovencita a la que se le daban tan bien los niños, se vio aprobando unas oposiciones al Cuerpo de Profesores de EGB en Instituciones Penitenciarias. Pero eso también es de otro cuento…

Mª Paz Francisco Carrera
Maestra de Educación Primaria.

Todos hemos escuchado alguna vez la pregunta “¿Qué quieres ser de mayor?”. Y siempre surgían respuestas divertidas, ingenuas, absurdas o aparentemente irrealizables. Generalmente, esa respuesta no estaba basada en una profunda reflexión, sino en la idealización del mundo de los adultos o en la intención de emular a alguna persona más o menos cercana.

Y todos (creo yo) hemos pasado por distintas etapas a lo largo de nuestra niñez-adolescencia. Hemos querido ser cosas de lo más dispares: bombero, actor, futbolista, torero, cantante, maquinista de trenes… Algunos incluso hemos llegado a decir que, de mayores, queríamos ser maestros.

Pero lo que aquí interesa es el porqué de tal decisión.

Yo creo que tuvieron cierta influencia los familiares que ejercían el magisterio en esos momentos y los que lo habían ejercido hacía años o habían tenido la intención de desempeñar esa tarea, aunque por avatares de la vida no tuvieron la oportunidad de llevarla a cabo. También pudo influir que mi hermano mayor ya tuviera esa expectativa. De cualquier forma, en mi inmadura cabeza parecía que podía ser una tarea agradable la de pasar la jornada con niños y guiarlos hacia los aprendizajes cotidianos. Esa idea fue haciéndose cada vez más sólida a medida que iba creciendo.

Y así llegué al final de mi etapa en el instituto. Tras COU, hice el examen de ingreso para Magisterio sin plantearme siquiera presentarme a la selectividad. Y de esto hace ya más de veinte años, durante los cuales he aprendido que enseñar es recíproco, es un intercambio de experiencias que enriquecen al docente y al discente, siempre que seamos un poco permeables y estemos abiertos a lo que la espontaneidad infantil puede aportar. Y es que la interpretación del mundo que hacen los niños no coincide con la de los adultos (¡menos mal!). Pero los maestros tenemos la maravillosa posibilidad de seguir contando con esa fantástica óptica infantil que nunca deberíamos perder. En todo adulto debería quedar al menos un trocito de lo que fue su infancia.

Javier García Santos.
Maestro en Educación Primaria.

domingo, 1 de abril de 2012

Con un brillo cegador...

Por Mª Paz Francisco Carrera
(Sección Mundo Índigo).


Ahora que no mira nadie, releo a hurtadillas mi primera colaboración y pienso que habrá por ahí no pocos lectores desconcertados, cuando no descontentos. ¿Esperabais una explicación más trascendente, esotérica, energético-vibracional… new age, en resumen?
Pues ya veis que no, que vivo el fenómeno índigo desde la más absoluta cotidianeidad. Os hablo desde la normalidad. Con eso no quiero quitarle sutileza al tema: buscad en la red (o en librerías convencionales) información teórica. Hay documentación preciosa al respecto.
Yo, a lo mío.
Me gustaría que esta vez reflexionáramos juntos sobre una realidad que no se le oculta a nadie: el enfrentamiento, más o menos solapado, entre padres y maestros. ¿Estará la creciente vibración índigo en la base de este desencuentro?
Veamos, venimos de una sociedad en la que el dúo Familia/Escuela afinaba a la perfección. Entre ambas instituciones se trataba (y conseguía) domar a la fiera. Eran los tiempos del “Pero dele, señor maestro” o el “¿Que te han castigado?...Por algo será”. Parece que todo el mundo, con razón o sin ella, estaba de acuerdo. Sin embargo hace ya una larga temporada que no sabemos ni lo que queremos.
¿Se queja usted, buena mujer, de que no puede con el niño desde los tres años, y la culpa la tengo yo, que lo conocí con diez? ¿Pone usted el grito en el cielo, sr. Profesor de Matemáticas, porque la nena no muestra creatividad ni iniciativa, y ayer mismo le pidió al papá que le “cortara un poco las alas”, que vaya carácter se gasta?
¿Intentamos dar a luz generaciones de ciudadanos autónomos y felices pero pretendemos quitarles la batería cuando nos cansan o sobrepasan?

Nuestros niños vienen ya de serie con un brillo cegador. Vale, no se puede con ellos y nos echamos la culpa mutuamente. Pero ¿la idea es “poder” o “crecer”con ellos? Ojo, que no tengo, por eso no ofrezco, fórmula mágica. Sin embargo sí podemos empezar por trabajar en el Respeto y el Equilibrio.

Acabo con una recomendación: Padres brillantes, maestros fascinantes de Augusto Cury. No tengo claro para dónde vamos…pero deberíamos ir juntos.